Ella estaba sentada sobre un sofá frente a la ventana. Con las piernas cruzadas a manera de meditación y sin calzado, se mordía la uña del dedo índice incesantemente. Las gotas de lluvia podían marcarse sobre el cristal y dejaban una imagen poco nítida de lo que acontecía afuera. La alarma comenzó a emitir un sonido extraño, tan extraño como el tiempo que transcurría sin novedad alguna y del cual se estaba haciendo prisionera. Se levantó del sofá; caminó descalza hasta el buró; jaló el cable que alimentaba de electricidad el reloj, y la pantalla quedó negra, sin más sonido que el gopeteo del cable sobre la base de la cama. Inmediatamente tomó las llaves que pendían sobre la pared y salió de prisa.
Al bajar por las escaleras se detuvo en tres ocasiones, la primera para emitir un saludo casi sin ganas para el joven del 4D; la segunda para tomar un poco de aire después de que casi resbala a causa de lo apresurado de sus pasos, y la tercera y última para recordarse que no estaba soñando. Detuvo su prisa en el penúltimo escalón, sintió un frío que le calaba los huesos y pensó que la falta de calzado era la menor de sus preocupaciones. Buscó en su bolsillo derecho de los pants que llevaba puestos y desdobló la fotografía que alguien habia dejado bajo su puerta el miércoles por la tarde. La miró y como si fuese la primera vez que veía aquella imagen le invadió una nausea y sintió que le faltaba el aire. Respiró hondo, la pesadilla que estaba viviendo era real.
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