Una corriente de adrenalina recorrió cada milímetro de mi cuerpo. Sentí el sabor a plomo en la boca como si se hubiera colado un poco de pólvora por mi torrente sanguíneo. Mis demonios internos luchaban por respirar aire puro, pero la parálisis del cuerpo hacía imposible hasta las palpitaciones que obligan a la vida a quedarse contigo.
Me costó más de tres minutos el darme cuenta. Al fin llegó el momento, la luz de mis ojos se volvía cada vez más tenue, obligándome a enfocar la vista en diagonal hacia el cielo. Se apagaron mis ojos, pero no mi oído. Una música a lo lejos cantaba villancicos que memoraban a navidades pasadas en donde los niños duermen temprano y se portan bien la mayor parte de las veces; todo para ganar un buen regalo.
Siempre me ocurre lo mismo, incluso cuando me estoy muriendo... mi mente divaga en detalles sin sentido.
PD. Ya estoy muerta.
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