sábado, 2 de febrero de 2008

Encuentro de una noche


Estábamos solos. Yo cerré la puerta tras de mí y en ese instante el cuarto se hizo más grande. Sentía en el vientre una sensación extraña y él corazón acelerado quería salirse de mi pecho. Me besaste. Sabías perfectamente que mi sangre se estaba convirtiendo en mi enemiga y que me estaba quemando por dentro. Me besaste y con tus labios calmaste mis ansias; los poros de mi cuerpo se erizaron. El roce de tus labios era como una droga que me llevaba al éxtasis; acariciaste con ellos cada rincón de mi cuello. Mis pezones saltaron como si demandaran caricias de su dueño. Tus dedos jugaban con los botones de mi blusa y tus labios seguían acariciando mis hombros.

Mis manos se volvieron torpes. Estaba indefensa ante tí. Traté de levantarte la camisa y me fue imposible. Con cada beso y cada caricia me ibas dejando sin fuerza. Lograste abrir el primer botón y mi sostén quedó descubierto. Bajaste lentamente mientras la blusa iba cediendo ante tu calor. La deslizaste por mis hombros hasta que quedó en el piso. Me besaste de nueva cuenta y mis labios se estremecieron. Mi cuerpo se estremeció. Delineaste con tus palmas todo mi cuerpo y lograste que mi falda cayera. Me tenías ahí, de frente.

Como por hipnosis me hiciste tuya. Sin tocarme. Me entregué a tí en la imaginación.

Me desnudé para ti. Sólo para ti. Y sentí tus ojos recorrerme de pies a cabeza. Me sonrojé, me sentía indefensa. Pero era tuya, tuya y de nadie más. Sentía tus caricias llenas de ternura a pesar de que estabas a más de dos metros de mí. Lo noté en tus ojos. Me deseabas. Deseabas mis besos, deseabas mi cuerpo. Y no te moviste. No decías nada, y eso me excitaba.

No hiciste más. Me contemplaste como a la Venus, al natural. Memorizaste cada curva de mi cuerpo. Era tuya, estaba a tu merced y lo sabías. Te acercaste, como aquel predador que acecha su presa. Me viste a los ojos. Era tuya, desde ese momento y para siempre; tuya.

Estaba rendida a tus caricias, me hubiera entregado a tí con sólo pedirlo. En cambio, rozaste mi mejilla, sonreiste y me besaste. Me besaste de la manera más tierna y más pura. Me besaste como nadie lo había hecho nunca. Me miraste de la forma en que nadie lo haría jamás. Abrazaste mi cuerpo. Me arropaste y sólo me dijiste al oído: Te amo.

lunes, 28 de enero de 2008

La otra



Te deseo. No porque mi piel lo pide, si no porque mi alma lo añora.
No porque mis labios me exijan tu cuerpo, si no porque mi amor lo espera.
Te deseo. No porque mis entrañas ardan en celos al verte con otra.
No porque estés con ella, si no porque sé que soy yo la otra.