miércoles, 8 de enero de 2014

Media naranja

Era tarde, hacía calor. Ella se mordía las uñas con una desesperación inusual a la de otras veces. Una serie de momentos paseaban por su cabeza como si se tratara de una película que intentaba contar una historia. Las imágenes recorrían cada rincón de su mente, de principio a fin, de final a comienzo, por partes y en desorden. Todo parecía tan confuso que ella no entendía de qué manera podían tener coherencia unas con otras y menos estuvo segura que fueran parte de un mismo recuerdo. Parecía como si se tratara de recuerdos de diferentes vidas, o diferentes personas.
     Comenzaba con una idea donde sentía que era hombre y después abruptamente su mente se paseaba de una memoria a otra. Abría una nueva puerta en la que se veía como mujer de nuevo. Exploraba un momento en donde era joven y se sentía tan vieja como quien guarda en el ropero tesoros empolvados, unas cuantas fotos sin color y una poca de ropa raída por el tiempo. Todo era extraño.

Él veía los minutos pasar. Sentado en un cuarto tan pequeño que parecía sacado de una película de Kubrik. Cada actividad en su día a día estaba meticulosamente planeada. Era consciente desde cuántos pasos debía recorrer para llegar de su casa a su oficina, hasta el número de cucharadas que daba en cada plato de sopa. Para él los instantes parecían eternos, y dentro de su detallada agenda de actividades no había cabida para nada, ni para nadie.
     Encendía el interruptor de la luz, nunca antes de haber puesto el seguro en su puerta. No abría una puerta si no cerraba la anterior y siempre subía los tres últimos escalones de su casa en un solo pie. Para él, todo tenía un por qué y la rutina más que parte de su vida, se había convertido en su propia razón de existir. Para él todo era perfecto... todo menos ella.
     Le sorprendió su reflejo en el espejo que presumía una sonrisa en los labios.

La puerta se abrió y por un instante ella dejó de morder su uña del dedo índice derecho. Se encontró frente a frente con él y lo miró a los ojos. Notó algo distinto.

Sintió la sangre subir por su rostro y con una debilidad en las piernas él animó a gritar (según sus oídos) una frase que jamás borrará de su mente: "no puedo estar sin ti".

"¿Cómo?" ella sintió que se detuvo su corazón. No quería admitir que no había entendido una sola palabra de lo que él había dicho y no supo como explicarle que estaba hablado con la voz ahogada.

Para él todo fue extraño. La vida tal y como la conocía hasta ese día había terminado, pensó que había perdido la cordura. Reconoció que la adorable imperfección de su media naranja hacía imposible la comunicación entre ellos.

Ella lo amaba, pero no sabía como decirlo.

Él le correspondía, pero ella no entendía lo que él articulaba...

Y ahora, gracias a ella, están juntos... en sus recuerdos de otras vidas.

Gracias a él se despidieron... con miles de palabras no dichas.

Fin.