viernes, 22 de febrero de 2013

Moving on

Te esperé durante muchos años. Mil veces me cerraste la puerta y yo, temerosa a salir y no encontrarte, permanecía inmóvil, silente y expectante a tu regreso. Fui siempre fiel a tus palabras, y seguí tu voz como si ésta fuera mi único alimento, pero confieso que llegué a hacerlo más por ilusa que por convicción (ahora lo sé).
Creí en tu todo, sentí que eras el único camino al cielo y llegué a pensar que tu cuerpo era la única forma de paraíso existente en vida. Imaginé mil veces que entenderías algún día que ese consuelo que buscabas en otras mujeres y que no te llenaba era por mí. Pensé (estúpidamente) que sabrías en un momento de iluminación divina que no era que estuvieras condenado al fracaso sentimental; simplemente te cegabas ante la verdad y, sin verme tal cual yo estaba dispuesta a ser para ti, dabas la vuelta ignorando mi mirada suplicante de tu esencia.
Te esperé, y te esperé con celo, con ganas y con deseo. Te esperé despierta y en sueños, con la luna de testigo y ante el sol inclemente que arde como mi corazón. Te esperé tantos días, meses... tantos años que llegué a creer sólo tú podías ser para mí lo que yo tanto deseaba ser para ti. Me equivoqué.
Y créeme  no es fácil aceptarlo; pero enfrenté mis demonios. No me preguntes con qué fuerza porque no lo sé. Ni siquiera creo haber tenido ni un halo de esperanza atravesando el alma, pero pasó.
Te quise y te amé como una estúpida colegiala enamorada por primera vez. Pero ya no duele saberlo, ni pensarlo. Ya ni siquiera puedo recordar lo que sentía cuando pronunciaba tu nombre...
Ya eres nadie y lo que sentí por ti se ha vuelto nada. Por eso hoy... Hoy te dejo ir