domingo, 29 de enero de 2012

Sabor a azufre

En ese lugar no había puertas, no había noche ni día; y tampoco transcurría el tiempo. Estaba tan inmerso en mis pensamientos que no me di cuenta en qué momento llegué hasta esa habitación en donde apenas y se respiraba aire. Había un hedor que calaba, porque la piel estaba en carne viva, y la tortura era tan sutil que parecía no tener efecto alguno más allá de la autocompasión. Me sentí débil, y lo que salía de mi garganta no eran más que gritos de ausencia, gritos de silencio que proclamaban para sí: "me estoy muriendo". Lo extraño era que no dolía, y no lo hacía porque parte de la tortura era el no sentir, y perder el recuerdo de lo que fue amar en un tiempo lejano. ¿Acaso fue ayer? ¿hace un mes?, ya lo he olvidado, y en consecuencia ya no siento, ya no hay dolor ni dicha para mí, sólo vacío.

No entendí nunca el por qué de mi eternidad plausible dentro de lo que muchos llaman averno. No lo he entendido porque no merecí una explicación a palabras rotas, ni si quiera con medias verdades. Y todavía me lo pregunto, ¿por qué mi condena la impusiste tú? Nunca lo vi venir.