miércoles, 9 de marzo de 2011

Infortunio (Parte II)

Para ella, la rutina se había convertido en su peor enemiga. Todos los días abría los ojos, se sentaba sobre la cama, buscaba sus pantuflas y caminaba hacia el baño. Frente al espejo lavaba su cara, y mientras el agua de la regadera abierta se templaba a su gusto, dejaba caer el camisón blanco hacia el piso. Con los vidrios empañados, se introducía para tomar un baño.
     Esa mañana todo cambió. Abrió los ojos y sintió que su mundo estaba de cabeza; no estaba en su cama, y una descarga eléctrica por la espina dorsal la obligó a moverse. Sintió un bulto extraño que limitaba sus movimientos y percibió un sofocante alhiento sobre su cuello. Quiso reconocer las paredes, pero el cuarto donde se encontraba parecía copiado de un Picasso. Supo que estaba alucinando.
     Logró liberarse de lo que asemejaba un cuerpo inerte. Vio su rostro y se le revolvió el estómago. Lentamente se levantó de lo que parecía un sofá cama, y encontró un calzado que no era el suyo. Mientras buscaba su bolsa, intentaba recordar cómo había llegado a ese lugar, quién era ese individuo y por qué estaba ahí. Era inútil, su mente estaba en blanco.
     Inspeccionó el cuarto apoyándose de los muros; se sentía como drogada y no entendía qué estaba pasando. Supo que el bulto no estaba muerto cuando dejó escapar un resoplido. Una fuerte palpitación le agolpó el pecho cuando escuchó el sonido.
     Respiró profundo e intentó dar unos cuantos pasos. Se iba tambaleando por lo que apoyaba su cuerpo contra la pared. Sintió como un vidrio se partía bajo su pie y lo escuchó quebrar parte por parte. La sangre brotó de inmediato, pero extrañamente no sintió dolor. Estaba drogada, era la única explicación.
     Se llevó la mano su boca debido a la sensasión nauseabunda que le producía todo aquello. Las paredes asimétricas, el olor a sangre, el alhiento en su cuello, el mareo constante y la debilidad que sentía en sus piernas, hacían cada vez más evidente lo que había ocurrido. 
     "Estás riquísima" escuchó con una voz ronca y masculina. Se volvió tan rápidamente que casi se le doblan las piernas. Hizo un esfuerzo para enfocar el bulto, pero sólo sentía que su mundo daba vueltas. Deseaba ver ese rostro, necesitaba grabarse cada línea en la memoria para no olvidar aquél infierno.
     Sintió que alguien cubría su cara y se le fue nublando la vista. El aroma a cloroformo duró sólo unos segundos. Sus piernas cedieron.

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